domingo, 20 de noviembre de 2016

El Cementerio de los Libros Imaginados

(Crítica de 'El laberinto de los espíritus', de Carlos Ruiz Zafón)

¡¡CUIDADO!! ESTE TEXTO PUEDE CONTENER SPOILERS.

Cuando Carlos Ruiz Zafón puso el último punto a 'El laberinto de los espíritus' seguramente sonrió con malicia. Sospecharía ya que a partir del 17 de noviembre un ejército de zombis insomnes recorrería el país, medio atontado, con un único deseo en su mente: leer. Es lo que tiene escribir una magnifica novela que vive encerrada en casi mil páginas, y que sus fans tengan una rutina que cumplir. Pensé seriamente en declararme enfermo, como Vilajuana, y entregarme al placer de acompañar a Alicia Gris sin más tregua que la pausa justa para engullir algo que reviviera la panza, amén de escapadas para aflojar la vejiga. Pero en este mundo la lectura sólo alimenta el alma, y un autónomo que vive a la pieza no puede permitirse esos lujos. Así que hoy, domingo, tras acabar la lectura del libro, me dedico a regalar mis impresiones. 
'El laberinto de los espíritus' es, desde luego, una obra de arte, una incursión del universo de Zafón en el género noir con una embajadora de lujo. Alicia Gris, la joven que destila un cinismo que la envuelve en un halo de ternura, se puede considerar una de sus mejores creaciones. La trama es exquisita, la narrativa muestra una vez más que el novelista es un mago de las palabras y los escenarios cobran vida en la mente del lector. No desvelaré mucho más, pues no me corresponde a mí contar a los lectores esa parte de la trama. 
Sólo diré que, del uno al diez, 'El laberinto de los espíritus' obtiene matrícula de honor y todas las loas que pueda ser capaz de concebir. He disfrutado de cada capítulo como siempre lo he hecho de Zafón. He anotado aquellas frases que destilan la sabiduría de alguien que debería presidir el Olimpo de las letras. Me he enamorado de una Alicia que sé que, por desgracia, jamás encontraré en este mundo. Y me he sentido engañado. ¿Por qué, Carlos? ¿Por qué?
Quienes me conocen saben que hubo un antes y un después en mi vida. Fue el día que leí las primeras páginas de 'El juego del ángel' y lloré con las últimas. Mi amor por la literatura me hizo ver que estaba ante algo genuino, ante el Zafón más profundo y arriesgado. Cada vez que releo este libro contengo el aliento, me arrastro en su halo de tinieblas y me siento un poco como David Martín. Es imposible no contagiarse de su tormento, de sus miedos y de su lucha por intentar sobrevivir. Su cinismo es épico, y su dolor universal. Pero lo que logra convertir el libro en el mejor que he leído hasta la fecha es esa alianza oscura con Corelli, ese “todo esto te daré” de final trágico y la condena que le acompaña. 
'El juego del ángel' es un libro íntimo, cuyo mensaje puede provocar admiración y rechazo. Si bien su magia se rompe con el final -y no me refiero al epílogo, sino al enfrentamiento de Martín en su caserón- y con ese mensaje que parece decir que nada fue real, quienes hemos creído en esta historia siempre anhelamos su segunda parte. ¿Acaso no era lo justo? El final regala un mar de dudas que no deben ser resueltas sólo por nuestra imaginación. Terenci Moix acuñó una frase, el título de otra obra de arte, que conviene refrescar. 'No digas que fue un sueño'. 
Pero lo fue, por desgracia. O tan sólo un delirio, clama Zafón a los cuatro vientos en esta última historia. Quienes la lean esperando el momento en el que Corelli aparece con su sonrisa lobuna y su tufo a azufre, o quieran ver a su idolatrado David Martín, ya pueden ir olvidándose. Como ya hizo el autor en 'El prisionero del cielo', esta nueva novela echa tierra por todo lo que vivió Martín. Sólo eran los delirios de un loco, finiquita el autor, renegando de su mejor obra. Y eso no es justo. 
Un hombre sabio dijo una vez que un libro vive gracias a la persona que lo ha escrito y quienes lo leen, que ellos alimentan su alma de papel y tinta. Esa misma persona ha asesinado a uno de sus pequeños, a 'El juego del ángel'. Os preguntareis cómo. Negando que una vez existió. Avisando que lo que leímos, a lo que dedicamos nuestro tiempo, fue un engaño. Un delirio. Rompiendo la ilusión que supone creer en esa historia. Diciéndonos que estábamos equivocados. Que hemos creído en algo que nunca fue así.
Yo nunca seré Carlos Ruiz Zafón. Hace años que lo asumí, y aun así mientras esperaba el ansiado cuarto libro me atreví a hacer mis cábalas. A pensar en la historia que deseaba leer. La de un Mauricio Valls seducido por el embrujo del patrón, forzando a David Martín a retomar en su celda el encargo de Corelli. A un Mauricio Valls recompensado con la fama y la gloria que jamás habría podido tener, sólo porque el patrón quedó satisfecho. Un ministro todopoderoso al que nadie le dijo que el regalo viene con una eternidad por delante, y que debe ocultar al público su ausencia de vejez. Y, desde luego, a una unión entre David Martín y Daniel Sempere para vengar a Isabella al tiempo que Corelli ofrece una vez más su reino a quien le entregue la genuina Lux Aeterna que descansa en el corazón del Cementerio de los Libros Olvidados. Conjugar el resto, claro está, correspondía al creador de este universo. Y no lo ha hecho. 
Siento por un lado placer y por otro decepción, como si me hubieran compensado con el mejor regalo posible el hecho de que iban a apuñalarme. El cierre de la saga condena a 'El juego del ángel' a ser un libro proscrito, una historia que jamás lo fue. Y al hombre que fue capaz de concebirlo lo relega al papel de verdugo. Y me duele, no puedo negarlo. Por suerte, siempre me quedará imaginar lo que pudo ser, y que cobre vida en mi mente. Por David Martín, al que condenaron a residir en el Cementerio de los Libros Imaginados.

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